Había en un pueblo un toro que le llamaban Rojo.
El toro acudía a la valla invistiendo y un día vino el veterinario para dormirlo y lo durmió. Entraron los dueños y le puso el veterinario una vacuna. A la hora o así fueron los dueños y le echaron de comer y agua. El toro se puso a comer y beber agua. Al rato se hizo de noche y el toro se durmió. A la mañana siguiente los dueños lo encontraron raro y llamaron al veterinario. El veterinario les dijo: “ no os preocupéis, es el efecto de la vacuna”
Pasó un año y el toro rojo se puso manso y nunca más invistió.
José Ángel Sánchez Soriano
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